22
Sun, Sep

Isla Victoria: un destino de estancia que se truncó por la burla de un escritor francés

Aarón Anchorena junto a su mujer en la Isla Victoria.
Historia
Tipografía

En 1902 Aarón Anchorena visitó por primera vez la isla Victoria y quedó tan deslumbrado que solicitó al Estado nacional el usufructo del lugar. Menos de una década después, y tras las burlas de Paul Groussac en un diario capitalino, devolvió las tierras donde había construido seis cabañas, un aserradero, un astillero y un coto de caza.

El amor de Aarón Anchorena por la Isla Victoria fue inmediato, a tal punto que luego de pasar unos días en esas tierras, en aquel lejano 1902, solicitó al Estado nacional su usufructo. Una vez otorgado este beneficio, construyó seis confortables cabañas, un aserradero, un astillero y un coto de caza, e incorporó flora y fauna exóticas, algo muy común en esa época.

Descendiente de una de las familias emblemáticas de la aristocracia argentina, Anchorena fue un aventurero que sufrió la prisión alemana durante la primera gran guerra mundial, cuando se desempeñaba como secretario honorario de la embajada argentina en Francia, viajó junto a Jorge Newbery en el globo “Pampero”, y corrió en las primeras carreras de autos del país.

Su deslumbre por la Isla Victoria duró nueve años hasta que en 1911 el viajero y escritor francés, Paul Groussac, se burló en una serie de artículos periodísticos aparecidos en Buenos Aires de sus intentos de estanciero en las lejanas tierras del sur, situación por la que devolvió la isla al Estado nacional.

El legado de Anchorena aún hoy se palpa en las casi cuatro mil hectáreas de la isla. El impacto más significativo de su presencia es la cantidad de flora y fauna exótica introducida por el magnate a principios del siglo XX. “Anchorena es quien comienza a introducir especies exóticas, que era algo muy común en todas partes del mundo. Si uno va a Estados Unidos, ellos tienen los mismos problemas de invasión de especies, por eso no hay que echarle la culpa”, expresó condescendiente Damián Mugica, guardaparques del lugar.

Existen hoy día varias visiones diferentes de la “gesta” de Anchorena. Están aquellos que piensan que se trató sólo de un exótico millonario que se dedicaba sólo a pasear, mientras que otros lo consideran como una especie de ministro de “medio ambiente” itinerante, tanto en Uruguay como en Argentina.

Así como trasmutó de su nombre original, “Isla Victorica”, en honor al ministro de guerra de la época, a “Isla Victoria”, en supuesto homenaje a la reina de Inglaterra, lo mismo sucedió con la vegetación y la fauna introducidas que se fueron adueñando de los espacios correspondientes a las especies autóctonas.

“Lo que estamos haciendo ahora es poner el control en esas especies invasoras para lo cual tenemos que apuntar al área central, lugar donde se encuentra la mayor cantidad de esos ejemplares y donde tenemos especies de nuestro bosque nativo”, describió Mugica. Esa área central está protegida en estos momentos como si se tratara de un banco genético.

“Debe ser uno de los muy pocos lugares en los que en pocas hectáreas encontramos esta variedad de especies, que si bien son exóticas, muchas no son invasoras y no perjudican, por lo que las conservamos como un legado histórico”, agregó el guardaparques.

Científicos pertenecientes a Parques Nacionales y de diversas universidades del país están desarrollando en la actualidad varios estudios para observar como esas plantas impactan en los bosques nativos. La herencia de Anchorena, entonces, no ha sido en vano.

De la mítica estancia que quería erigir a principios del siglo pasado hasta la isla protegida y exuberante en especies de todo el mundo, queda un cúmulo de experiencias y la huella de la historia.