Entre los primeros contingentes que visitaron la isla Victoria como turistas estuvieron Aaron Anchorena, Esteban Lavallol y Carlos Lamarca, quienes llegaron a la región en un periplo buscando la aventura de un viaje por caminos precarios en territorios inhóspitos.
En el caso de la isla Victoria el puerto turístico habitual era Puerto Totora, ya que por lo general se pasaba por Puerto Savanah en la península Huemul y luego se continuaba a Puerto Manzano para concluir en el lago Correntoso. Cuando la visita era por más de un día, se utilizaba Puerto Anchorena, de manera que los residentes, don Pablo Gross y su familia, pudiesen ofrecerles alguna asistencia o refrigerio.
En las disposiciones generales de la Ley que institucionaliza a Parques Nacionales sancionada el 9 de octubre de 1934, en su artículo 28 determinaba que “el Vivero Nacional de la Isla Victoria pasaba a depender de la Dirección de Parques Nacionales”.
Debido a la necesidad de disponer de madera destinada a la construcción del Hotel Llao Llao por parte de la institución oficial, se extrajeron de los bosques de Isla Victoria, gran cantidad de los 40.000 árboles, empleados para levantar el imponente edificio. Asimismo, se proyectaron nuevos trabajos tales como la Estación Zoológica de 2200 hectáreas, ubicada en la zona Norte de la isla, creada con el propósito de investigaciones y atractivo turístico.
Casco antiguo de la estancia
Actividad forestal
En cuanto a la Estación Forestal, que se desarrollaba entre Puerto Anchorena y Puerto Gross, allí prosperaba una colección espectacular de especies de diversas regiones del mundo. Las vicisitudes de la guerra en Europa, proveyeron a la Argentina y al Parque Nacional Nahuel Huapi, de excelentes profesionales extranjeros que aportaron sus conocimientos.
En el caso de la isla Victoria muchos de los puestos de trabajo claves en el desarrollo, recayeron en profesionales originarios de Rusia y de países cercanos a esa órbita. Así se formó en los primeros momentos un grupo que se apodaba genéricamente, “los rusos”.
Una notable serie de publicaciones técnicas científicas y de divulgación tuvo su origen en la estación forestal durante esta época. La producción de la estación forestal superaba para 1949 el millón de plantas. El 30% se donaban para ornamentar plazas y paseos públicos, el 70% se vendía a particulares e instituciones, para grandes forestaciones y aún en forma unitaria a valores muy bajos para así fomentar la creación de jardines particulares.
Una joya más con que la Dirección de Parques Nacionales engalanó la región fue la Hostería Nacional de la Isla Victoria, bajo el proyecto del arquitecto Miguel Angel Césari, integrante del equipo de urbanistas de la institución que tuvieron a su cargo la planificación del equipamiento turístico oficial. Así la hostería se inauguró en 1948, con un comedor con capacidad para 200 comensales y una capacidad de pernocte de catorce personas.
Esta diferencia tenía que ver ya con la regulación de los flujos turísticos, de modo que la mayor parte de los viajeros solo recorrían la isla durante cuatro o cinco horas y solo unos pocos permanecían por períodos prolongados. Lo habitual era que los viajeros llegaran a hacer una visita al vivero, observar los trabajos, recibir información y recorrer el extenso vivero con su inmenso cerco vivo, impecablemente cuidado desde 1928.
Esta excelencia de servicios perduró en los años ’50 y aún a principios de los ´70, pero luego el incremento de visitantes llegó a las 3000 personas diarias, que reclamaban mas espacios e instalaciones. Así se agregó al equipamiento de Isla Victoria la Escuela de Guardaparques, que funcionó durante algunos años.
En cuanto a los servicios turísticos, se instaló una aerosilla que reemplazó al viejo sendero, por el que se accedía caminando al mirador del cerro “Maravilla” o “Bella Vista”. Durante 1980, un incendio acabó con la legendaria Hostería Nacional Isla Victoria, edificio que fue reemplazado por el actual y reinaugurado en 2001.
Pinturas rupestres
En 1958, el ingeniero Asbjörn Pedersen, un sueco apasionado por la arqueología comenzó a develar las pródigas expresiones de arte rupestre que abriga la isla Victoria. Centurias atrás, hechiceros o artistas aborígenes diluyeron pigmentos minerales en agua y orines, ya que el amoníaco es un excelente fijador, mezclaron otros con grasa animal y poblaron las paredes rocosas de zigzags, círculos, líneas escalonadas, figuras zoológicas y humanas.
Lo que más impresionó a Pedersen fueron las representaciones de llamas, afirmando que dichas figuras revelaban un contacto directo de las culturas locales con las “altas culturas del Perú”, ya que las llamas no pertenecían a la fauna patagónica.
Otro tanto ocurría con los perros y caballos que encontró el capitán Juan Fernández, en su relato de la primera entrada a la región del Nahuel Huapi. Con el correr de los años, su teoría perdió consistencia.
Hoy se sabe que en el centro de Chile, del otro lado de la cordillera, los araucanos criaban una variedad de llama denominada “hueque”, y que las culturas nativas adoptaron los animales domésticos europeos, más vertiginosamente de lo que se suponía. Habrá que buscar otros caminos para descifrar los secretos de las pinturas de la Isla Victoria. La mayoría ocupa rincones de difícil acceso.